1 de junio de 2006

LAS BIBLIOTECAS POPULARES: MOTOR DE LUCHA POR LA DIGNIDAD HUMANA


Llegué por primera vez a la biblioteca popular de mi barrio, la biblio o la Alberdi - como aún se la llama -, a los ocho años de la mano de mi padre. Hoy llevo de la mano a mi nieto de cinco años. Por sus salones transita mi vida, la de mis hijos, de mis amigos y de los cientos de personas que la visitan diariamente.
Todavía recuerdo la emoción que sentí cuando me explicaron que todos esos libros podían ser míos, y no olvidaré cómo me cobijó bajo su techo durante la larga noche de la dictadura.
Por amor a ella, mientras ayudaba a las bibliotecarias a ordenar la colección o escuchaba a sus dirigentes penar por la falta de dinero para pagar la luz o el gas, poco a poco y sin darme cuenta, me convertí en una más de sus dirigentes.
Recuerdo haber leído en alguno de los libros de Marechal que su protagonista, autodidacta formado en una biblioteca popular, poseía la cultura ecléctica que sólo se adquiere en estas instituciones, cuyo caudal bibliográfico reconoce las más diversas procedencias. Recuerdo también haberme identificado - con una mezcla de satisfacción y orgullo - con ese protagonista, porque yo también me sentía formada en una biblioteca popular.
Sé ahora que ecléctico proviene del griego eklegein que significa escoger, y comprendo cabalmente el por qué de aquella satisfacción: la biblioteca popular me había convertido en una persona con el poder de efectuar una elección entre todas las posibilidades que había puesto a mi disposición. Así, no sólo me convertí en dirigente sino que elegí ser dirigente de la biblioteca popular de mi barrio.
¿Qué elección de vida es ésta, si además agregamos que se trata de una tarea eminentemente voluntaria y ad honorem? ¿Qué nos mueve a los millares de dirigentes de bibliotecas populares de nuestro país a sentirnos felices por haber elegido este camino?
Muchas veces he oído hablar de la mística de las bibliotecas populares, preguntándome qué tendría que ver la teología. Por vía de analogía he encontrado una respuesta: si la mística tiene que ver con la vida espiritual y si el espíritu es aquello que nos convierte en personas libres con capacidad de conocimiento y conciencia reflexiva, entonces puede hablarse de la mística de las bibliotecas populares.

El desafío que los dirigentes de las bibliotecas populares hemos elegido y aceptado - por y para todos - es concedernos, en el sentido de conquistarlo mediante nuestra propia intervención, el derecho y la posibilidad de ser personas. Y cuando me expreso en primera persona del plural – cuando uso el nosotros – no hablo sólo de quienes integramos la Comisión Directiva, involucro a todos los que de una u otra manera nos acercamos a una biblioteca popular: sus dirigentes, sus bibliotecarios, sus asociados, sus usuarios, sus talleristas, sus amigos, sus vecinos y sus colaboradores.
La biblioteca popular es así la ekklésia – asamblea – donde nos congregamos todos a con-celebrar nuestra voluntad de ser personas libres.
Hay hoy quienes, - invocando ser especialistas -, nos dicen que las bibliotecas populares son “unidades de información” y que su función es dar un ágil servicio de transferencia de la información. No descarto la importancia de ello. No obstante, la misión de una biblioteca popular no puede ni debe quedar circunscripta sólo a esto.
La misión de nuestras entidades es formar personas libres y para lograrlo es necesario el intercambio y la socialización del conocimiento.
El conocimiento se adquiere mediante el pensamiento y la posibilidad del pensamiento no mana milagrosamente. El ejercicio del pensamiento involucra a la totalidad del ser humano: su alma, su cuerpo, su corazón, su razón, su espíritu. Puede ser la consecuencia de una actividad solitaria como también el efecto de lo gregario, en el sentido de lo con-gregado. En este ejercicio el hombre crea, recrea e irradia cultura.


Y aquí están nuestras bibliotecas populares constituidas en el espacio adecuado al ejercicio del pensamiento, en el espacio donde nuestro espíritu puede expresarse, en el espacio de encuentro con la expresión de los espíritus prójimos, en un intercambio solidario y afectivo.
Por todo esto, he llegado al convencimiento de que las bibliotecas populares, por ser mucho más que bibliotecas públicas, poseen un plus que puede convertirse en motor de lucha por la dignidad humana. Al ser bibliotecas creadas y dirigidas por el impulso asociativo de las personas, constituyen el espacio donde esas mismas personas – día a día - aprenden y desarrollan individual y socialmente el espíritu democrático.
Por eso es necesario que desde los gobiernos – tanto nacional, como provinciales y municipales - se efectivicen acciones que apoyen y promuevan el fortalecimiento de las bibliotecas populares como organizaciones de la comunidad cuya finalidad última es hacer efectiva las garantías y derechos constitucionales a la libre asociación, la igualdad ante la ley, el acceso al conocimiento, la educación y la cultura, incluyendo el derecho a la difusión, creación y recreación de la propia cultura.
Liliana Beatriz Bisio
Presidente de la Comisión Directiva del Centro Cultural y Biblioteca Popular Juan B. Alberdi

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